Inauguración de Juan Luis Jardí (9 abril 2010)
«Próxima parada: Willougbi». Tal es el título, tal es la exposición de Juan Luis Jardí recién inaugurada en la Sala Rusiñol. Misterio e inquietud, incluso «provocación», son sensaciones que nos transmite este pintor: no deja indiferente a nadie. Prueba de ello fue el largo carrusel de preguntas lanzadas públicamente desde el público (valga la redundancia). ¿Qué es Willougbi? ¿Dónde está Willougbi? He aquí parte del «juego» al que Jardí nos introduce con su obra.
La bienvenida. Era la primera vez que Juan Luis Jardí, aun con su larga trayectoria -pues empezó a exponer ya a los 16 años- venía a la Sala Rusiñol. Ignasi Cabanas subrayó que con Jardí se abría como «un nuevo capítulo en nuestra sala: un estilo de pintura que, sin dejar de ser figuración, se adentra en el mundo del misterio y de lo mágico».
Josep Mª Cadena, hombre de espíritu crítico e inconformista con lo «políticamente establecido», empezó alabando la versatilidad de la Sala Rusiñol: «¡Es algo que yo he practicado durante muchos años!». La pintura de Jardí se mueve en esta línea. «Le conocí hace años. Es un hombre consecuente con sus orientaciones. Me sorprende su realismo: tiene la fuerza de explicar las cosas como son, no sólo como aparentan; como son y como se manifiestan ante los otros».
A espaldas de los ponentes luce «El café de Asturias». Para ilustrar el quehacer de Jardí, Cadena realizó su exégesis personal de ese cuadro. Empezó por mencionar a los camareros: «¡Están ociosos!». En realidad no vemos a ninguno: se intuye la presencia de uno de ellos tras la puerta de servicio. Pero en su no aparecer nos transmiten esa percepción de ociosidad: ésa es la composición de lugar que nos hacemos. Eso es así «porque no hay gente: es un café de tertulias, pero ahora no hay tertulias». Entre otros elementos, destaca un hombre que parece que está mirando (con la cara discretamente «duplicada»): le alcanza la luz del sol que penetra desde lo exterior: «representa las cosas que están en el exterior que lo condicionan»..
Quizá el elemento mágico de la obra de Jardí que mayor intriga causa en el espectador son las caras (y/o las figuras) de los personajes, frecuentemente replicadas una, o dos, o hasta tres veces. Según Cadena, se trata de «personas que a veces son tres, pero que en realidad es una y la misma. Y es que nosotros mismos, llevados de la curiosidad, a veces nos hacemos tres -como una especie de «trinidad»- queriéndonos encontrar de modo distinto ante las distintas situaciones con las que nos topamos en esta vida».
La Sala Rusiñol nunca defrauda: incluso la magia de Juan Luis Jardí se vio superada por la realidad. De ello se encargaron María, Denise e Eileen. Sus jóvenes y bellos rostros pusieron «trilogía» a «El columpio de la casa vieja».
Lo más mágico de cada inauguración de la Sala Rusiñol son los sorteos: esa magia de nuevo estuvo encarnada por esa joven trilogía. Aquí vemos a María, Denís e Eilín en los preparativos para el sorteo de la nota de arte de Juan Luis Jardí entre los asistentes a la inauguración.
Juan Luis Jardí tuvo unas palabras de agradecimiento para todos, especialmente para la Sala Rusiñol y para Josep Mª Cadena. Tras la brevedad de su discurso, sucedió algo inusitado: un bombardeo de preguntas desde el público. Tan sorprendente fenómeno (a veces cuesta arrancar ni que sean 3 cuestiones) quizá fue inducido por algo más sorprendente todavía: María, con sus 8 años, abrió fuego y nos dejó con el corazón encogido: -«No es una pregunta, pero quisiera decir que me gustan mucho los cuadros». -«Muchas gracias», respondió el artista.
Empezó el «bombardeo»: -«Quisiera preguntar por las imágenes que se triplican». -«Hay preguntas que no tienen respuesta. Ésta es una. Bueno, sin embargo, hay varias versiones. Una es que se trata de un recurso para plasmar el movimiento. Pero la principal razón es otra: intento captar el espíritu con el misterio y la magia». – «Pero, ¿por qué tres? ¿Hay alguna razón?». Se avanzó Cadena: – «El tres es un número mágico, porque el hombre fue creado a imagen de Dios uno y trino…». Pero Jardí fue más llano: «A veces pintamos cosas sin saber porqué». -«¿Y el título?». -«¡Buena pregunta! No tiene respuesta. Willougbi no existe: es un pueblo lleno de color, donde siempre luce el sol, donde la gente es feliz, pasea, canta, está alegre. Algunos lo hemos pensado, lo hemos soñado. Esta exposición es un homenaje a este pueblo que no existe, a este lugar al que nos gustaría ir…». – «¿Cómo se aprende a pintar tan bonito?». -«Con profesores buenos y con ganas de aprender. Con muchas horas, con constancia». Y… así hasta trece preguntas.
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