Inauguración «Tiempo de disfrutar» de Domènech i Sánchez
El pasado jueves inauguramos la exposición del consagrado artista DOMÈNECH I SÁNCHEZ (Barcelona, 1952) con la que se conmemora sus 50 años de contribución incansable al mundo del arte (el año 1974 ya recibió el Premio de Pintura Joven de la Sala Parés).
Con una trayectoria profesional rica en innovación y expresión artística, Domènech i Sánchez ha establecido un rico legado en el ámbito artístico. A través de su capacidad de capturar la belleza en diversas formas y conceptos, el artista ha influido profundamente en el panorama artístico contemporáneo.
Sus obras son fruto de una investigación de los materiales que utiliza y, especialmente, de la plasmación de una sensibilidad hacia el entorno de los sentimientos y los estados anímicos que él o la modelo proyecta y que traslada a la tela.
El acto contó con la asistencia de numerosos amigos, seguidores y clientes que dejaron patente su larga trayectoria dentro del mundo del arte.
El profesor de literatura, escritor y poeta CARLES CERVELLÓ fue el encargado de dirigir unas acertadas palabras a los asistentes que aquí dejamos:
«Buenas tardes, en primer lugar, agradecer a Josep que me haya hecho la confianza de poder decir unas palabras en la inauguración de su exposición, esperando que no tenga que arrepentirse demasiado. En segundo lugar, decir que yo no soy crítico de arte y, por tanto, mis palabras serán la expresión de una visión personal de su obra que, eso sí, me complace compartir con todos ustedes. Y como tercer punto previo, confieso que todo lo que diré parte de un “josepdoménechismo” absoluto, lleno de admiración y que, por tanto, poca objetividad se encontrará. Si me lo permiten, no voy a hablar de la persona del pintor ni de su trayectoria, que pueden consultar si no lo conocen y para lo cual yo no soy necesario.
He titulado mi intervención con este lema: La pintura de Josep Domènech, el silencio y las sombras y trataré, de forma breve, explicar por qué. Y lo haré poniéndolo en relación a la literatura, porque veo muchos paralelismos que, además, hemos compartido con José en algunas ocasiones.
Quisiera citar en ese momento unas palabras del escritor egipcio Edmond Jabès:
«Escribir es lo contrario de imaginar, es escuchar el silencio».
Vivimos en unos tiempos en los que el silencio no está de moda. En los campos de fútbol, por ejemplo, los minutos de silencio no van más allá de los treinta segundos y encima ponen música para que la gente no se ponga demasiado nerviosa. Necesitamos sonidos, ruidos, palabras, para que nuestra mente no pueda experimentar lo que podríamos llamar “la voz interior”, no confiamos en nosotros, nos da miedo, y necesitamos algo de fuera que nos saque del callejón sin salida. En pintura también ocurre. A menudo podemos experimentar, por ejemplo en un museo, cómo alguien se coloca delante de un cuadro y, sobre todo si es abstracto, se va acercando poco a poco hasta poder leer su plaquita de al lado. Entonces respira aliviado. Ah, es un Picasso, esto significa que es bueno, y se va del todo satisfecho, orgulloso de su buen gusto. Sin embargo, el arte, el arte de verdad, como el de Josep Domènech, no nos pide esto. Nos pide, he aquí la paradoja, que ante la obra nos quedamos en silencio, que no leemos nada, que no escuchamos ninguna audioguía. Quedar quietos delante de la obra y que ella nos hable, pero desde dentro. Si somos capaces de hacer este ejercicio, no quedaremos indiferentes ni deberemos acercarnos para ver el nombre del autor o el título de la obra. Esto no quiere decir que no nos formemos en el gusto y el criterio, está claro que no, aprender cosas siempre nos ayudará a que esta voz interior resuene más clara. Pero, sin embargo, la obra nos revela por sí misma el misterio que esconde, da igual si se trata de una maternidad, el rostro de una mujer, un piano, un paisaje o la fachada de un edificio. Poco a poco veremos cómo los conceptos aprendidos se van difuminando y nos queda el impacto desnudo, potente y definitivo de encontrarnos ante una obra de arte. Ésta es la sensación que yo experimenté la primera vez que entré en el estudio de Josep. Me enseñó un cuadro y los ojos se me humedecieron. Ni él me dijo nada ni yo fui capaz de articular palabra. Me encontraba ante la belleza y, sin lugar a dudas, el silencio es el mejor acompañante en momentos como éste. Ni que decir tiene nada, la mente, el corazón, todos los sentidos ya hablan por nosotros.
Pero también el artista necesita del silencio, hay que escucharle para descubrir qué se esconde sobre una tela, papel o partitura en blanco. No me gusta demasiado, hablando de un artista, la palabra “creador”, prefiero la de “transmisor”. El artista es un tornavoz, un emisario de lo más valioso para una sociedad, la búsqueda de la felicidad a través, en este caso, de mostrar la belleza, de ayudarnos, a través de la obra , a conocernos un poco más y convertirnos en mejores personas. Me atrevería a decir que José no pinta, sino que descubre, va visible lo que nos está escondido en la mayoría de mortales. Ciertamente, Josep Domènech sabe escuchar el silencio y regalarnos, de esta forma, una música maravillosa.
Continúo ahora con otra cita para hablar de las sombras. En este caso, de un autor que José conoce muy bien, el escritor japonés Junichiro Tanizaki. En su libro “Elogio de la sombra” escribe estas palabras, que cito en castellano de la edición que tengo en casa:
“Lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo en sombras, un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una piedra fosforescente colocada en la oscuridad emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual modo la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra”.
Con las sombras nos ocurre parecido como nos pasa con el silencio. No acabamos de fiarnos. A veces, queremos ser seres tan racionales que si no podemos ver (o escuchar), si alguno de nuestros sentidos nos falla, perdemos la confianza en nosotros mismos y, como en los estadios de fútbol, empezamos a ponernos nerviosos. Todo el mundo se capaz de pasear por un bosque a las 12 del mediodía. A las 12 de la noche, ¡ay!, qué diferente es todo. El ruidito de una rama nos parece la huella de un oso feroz dispuesto a tragarnos. Pero fijémonos en que Tanizaki no nos habla de la oscuridad, sino de las sombras, sin ellas la belleza no puede aparecer. Ahora voy a decir algo que espero que Josep no se enfade, y que tiene que ver con lo que he dicho antes del artista como un “transmisor”. Me imagino a Josep trabajando en su estudio y delante de la tela, pintándola toda de negro y después, con sus trapos y su mirada especial, ir limpiando la superficie para descubrir la imagen que se esconde. . Mirando los cuadros de Josep, me da la impresión, ciertamente, de que los objetos aparecen, salen de una oscuridad previa, consiguen mostrarse a partir del contraste. No están puestos sobre el lienzo sino que quedaban escondidos hasta que la mano del artista nos los hace visibles. Éste es, en mi modesto entender, el territorio de las sombras, que no es el mismo que el de la oscuridad. Las sombras, como el silencio, y de nuevo utilizo la paradoja, nos hablan, nos muestran, mucho más que la luz cegadora o el ruido estridente.
No quisiera terminar mi intervención sin hacer una referencia al título de la exposición: «tiempo de disfrutar». Y quiero hacerlo centrándome sobre todo en la figura del artista. En la nuestra, la del público, la experiencia del disfrute, ante cualquiera de estos cuadros que se nos presenta, creo que es bastante evidente y cualquiera de ustedes, mucho mejor que yo, podríamos hablar de lo que sienten delante de un cuadro de Josep Domènech. Creo, y espero no equivocarme, que éste también es un tiempo de disfrute por el artista. Déjeme ser de nuevo crítico con el mundo que nos rodea: acostumbrados como estamos a que nos digan que todo lo que no puedas hacer antes de los veinte años ya es tiempo perdido, cuando vemos a jóvenes que todavía, como quien dice, no han salido del nido, hablar de la media trayectoria, de mi obra, de mi carrera, a uno se le empieza a poner la cabeza de todos los colores. Es necesario reivindicar la madurez, la sabiduría del paso del tiempo. Volviendo a la cultura japonesa, en las artes marciales existe un término que es SENSEI, que podemos traducir como “maestro”. Pero el sentido profundo de esta palabra no es “aquel que sabe más”, sino “aquel que lleva más tiempo”. El tiempo, como el silencio y las sombras, también es un buen indicador de la calidad de la obra que tenemos enfrente. José ha hecho un camino largo para llegar aquí. No es fácil porque los obstáculos, las incomprensiones o, no hay que olvidarlo ni menospreciarlo, la necesidad de ganarse la vida hacen que a veces el camino que uno quiere recorrer se llene de obstáculos y barreras. Pero José, como buen Sensei, nunca ha renunciado a caminar y ha tenido la paciencia necesaria, y el apoyo de la gente que le quiere, para luchar por lo que creía que debía ser su camino. Y, para disfrute de todos nosotros, lo ha logrado con creces.
Celebrémoslo pues, disfrutemos y para terminar, gracias por su paciencia al escucharme y gracias, Josep, por tu música y tu luz».
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