Los instantes calmados de Ruiz Ortega
Crónica de José Mª Cadena publicada en «El Periódico» del día 27 de Febrero de 2009
La pintura de Manuel Ruiz Ortega (Jerez de la Frontera, 1951) es transcendente como un verso bien dicho, como el suave perfume de una flor o como el sonido armónico de una copa de cristal. En principio, nada demasiado importante, pero definitivo porque nos sentimos pertenecientes al mundo de las ideas. Ahora, hasta el día 11 de Marzo, expone, en la Sala Rusiñol (Santiago Rusiñol, 52. Sant Cugat del Vallés), bodegones y paisajes; naturalezas muertas de tazas y teteras donde está presente la vibración de la conversación pausada e inteligente, y naturalezas vivas que expresan con el color y con la atmósfera de los instantes que quedan.
Ruiz Ortega utiliza como soporte de sus obras bandejas chinas. La sencilla y ligera madera le sirve para ofrecernos unas luminosas tazas blancas ribeteadas de azul al estilo de Velázquez, junto con una tetera con la cual esperan el momento de la ceremonia del té.
Y en lo que se refiere a los paisajes, no hay en ellos nada que moleste la comprensión del ritmo de las formas vegetales y el respirar al compás del aire que conforma el ambiente. Ningún exceso, sino la difícil normalidad de lo que existe porque así lo ha dispuesto un espíritu superior a la voluntad de los hombres. Paz, pero no complacencia en la quietud, ya que en el fondo existe la voluntad de explicar que la complacencia en la belleza tiene que ser activa para que el entorno nos ayude a ser mejores.
Ruiz Ortega expresa con sinceridad y maestría lo que siente, pero sus formas plásticas de expresión tienen un sentido colectivo. No se queda en la vertiente propia, sino que se hace partícipe y consigue no sólo que nos unamos a su sensibilidad sino que experimentemos sensaciones propias que ignorábamos.