Inauguración de Aguilar Moré (8 Junio 2012)

Se dice que hay que aprovechar la famosa crisis para re-inventarse. La Sala Rusiñol quizá no haya llegado a tanto, pero sí que remata la temporada con una propuesta original: «80 dibujos» de Ramón Aguilar Moré. Sí, dibujos. Pero no son cualquier tipo de dibujos: son de Aguilar Moré, y tienen su historia porque Aguilar Moré comenzó su carrera artística pintando bailarinas que actuaban en el Liceo de Barcelona… ¡Y hasta aquí ha llegado!

Evidentemente, no era necesario hacer ninguna presentación de Aguilar Moré. Pero, en fin, el director de la Sala Rusiñol —Ignasi Cabanas— alguna cosa tenía que decir para comenzar la inauguración: «Yo creo que hoy es el «Día de Reyes». Él es de los más importantes de Catalunya y es un gran conocedor de nuestra casa. Ésta es una exposición especial, dedicada al dibujo. Dibujos que hizo en los bares, a sus 18 años… ¡y antes!

Josep Mª Cadena: «El dibujo es fundamental dentro del arte de Ramón Aguilar Moré. Lo ha practicado desde sus inicios juveniles; des de su infancia: cuando todavía era un niño, ingresó en el taller del escenógrafo Oleguer Junyent, amigo de su padre, y realizó las primeras actividades (…). Dadas sus facultades para la figura y el color, él triunfó pronto como pintor. En esta Sala Rusiñol ha estado exponiendo en muchas ocasiones y ahora vuelve con el aspecto más íntimo de su personalidad; es decir, con el dibujo del entorno, a la vez tan variado y tan esencial».

Aguilar Moré: «Estos dibujos los tenía arrinconados en casas. Ignasi tuvo la idea de aprovecharlos para hacer una exposición. Están inspirados en muñecas, soldaditos, coches pequeños, objetos que he ido recopilando. Me gustaban especialmente los soldados de plomo. Tengo una colección de muñecas antiguas, de porcelana. Recuerdo que me enamoré de una muñeca muy bonita. ¡Costaba 25.000 pesetas! Mi mujer me dijo: —Cómprala, ¡ya la amortizarás! La pinté, y, sí, recuperé el dinero…».

Hacemos memoria de otras historias de Aguilar Moré: «Mi bachillerato costó más que la carrera de medicina de mi hermano. En los últimos años hacía «campana» y me iba a dibujar músicos de jazz en el Novetats. Después vino lo del ballet; conocí al empresario que dirigía el Liceo y me dejaba subir al escenario: estaba bien situado. Hice tantos dibujos que llegué a odiar a las bailarinas. Cada día hacía 20 o 25 folios de bailarinas. Eso duró 10 años. De ahí salió mi primera exposición en la Sala Rovira: ¡un éxito! Los dibujos se vendían a 2.000 pesetas del año ’49».

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